Título original: The Producers
Año: 1968
Duración: 88 min
País: Estados Unidos
Dirección: Mel Brooks
Guión: Mel Brooks
Con: Zero Mostel, Gene Wilder, Kenneth Mars, Dick Shawn
Grado: A
Reseña: Hugo C
¿Otra A? No es que me haya vuelto benévolo de golpe y porrazo, sino que he decidido que de vez en cuando, en lugar de reseñar películas regurgitadas y/o mediocres, iré compartiendo algunas de ésas que me han hecho amar el séptimo arte. Películas buenas y sólidas. Recomendables, en una palabra.
The Producers (1968) es mi película favorita de las de Mel Brooks. Le sigue, de lejos, Blazing Saddles (1974), la del sheriff negro en un pequeño pueblito racista. ¿Y por qué de lejos? Más allá de que es una buena película, su premisa da sólo para la mitad, o tal vez dos tercios, de su metraje, y de ahí en más Brooks tiene que recurrir a cosas como la rotura de la cuarta pared, poner a los personajes en un contexto contemporáneo, etcétera. Es como si se le hubiesen acabado las ideas y rellenara el faltante con situaciones humorísticas de eficacia garantizada, pero de menor calidad. Con esto no quiero decir que Blazing Saddles sea una mala película, sólo que no es tan buena como The Producers.
The Producers se destaca sobre el resto de la filmografía de Brooks debido al hecho –no menor– de que no se trata de una parodia. Young Frankenstein, Dracula, High Anxiety, Spaceballs y la ya mencionada Blazing Saddles son todas parodias, así como la serie Get Smart que creara para la TV junto a Buck Henry. En cambio, ésta es una película que no parodia película o género alguno, sino que toma un concepto original y lo lleva hasta sus últimas consecuencias.
Max Bialystock (Zero Mostel) es un productor teatral venido a menos que sobrevive estafando viejecitas. Un día recibe la visita del contador Leo Bloom (Gene Wilder), quien le comenta al pasar que, para hacerse rico, Max debería producir una obra que sea tan mala, tan atroz, que fracase inevitablemente. Como algunas de las películas del DCEU, pero en versión teatral, digamos.
Normalmente, un productor de buena fe le ofrecería a cada inversor un porcentaje de las ganancias, un 10% o lo que sea, de modo tal que el total ofrecido a todos ellos sume un 100% o menos. Si le ofreciese a cada uno de sus inversores un porcentaje de las ganancias de modo tal que la suma de ellos terminase siendo más del 100% –por ejemplo, a uno el 50%, a otro el 30% y a otro el 60%–, inevitablemente terminaría perdiendo dinero y en caso de no pagar lo más probable sería que fuese a dar con sus huesos en la cárcel por estafador. Sin embargo, si la obra fuese un rotundo fracaso, el productor podría haber quedado debiendo un 9000% de la recaudación, o lo que fuera, pero no importaría, ya que ningún inversor podría hacer reclamo alguno al tratarse de un fracaso de taquilla.
Ése es el plan que urden Max y Leo. Y lo primero que hacen es buscar una obra tan mala y ofensiva que no pueda durar ni 24 horas en cartel. Tras horas de revisar una vasta pila de libretos mediocres, la encuentran: la obra se llama "Primavera para Hitler" y es una apología del nazismo escrita por un nazi exiliado que vive en Queens. (Recordemos que The Producers fue filmada a apenas poco más de 20 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, así que vendría a ser como si hoy Brooks hiciera mofa de las Torres Gemelas.) Con semejante esperpento, ¿qué podría salir mal?
El resto de la película es la crónica de un éxito anunciado, el relato minucioso de todas las pequeñas cosas que van saliendo mal (o bien, según como se lo mire) y que terminarán echando por tierra los planes de estos dos granujas. Ya nos imaginamos cómo termina, pero no importa, lo disfrutable aquí no es el final, sino todo el viaje desde el primer al último minuto, y es un viaje que vale la pena, gracias a los enormes talentos involucrados, en especial, Mostel y Wilder como los personajes principales de esta farsa.
Un detalle: son apenas 88 minutos, pero no sobran ni 30 segundos. Y hay cosas que hoy seguramente desentonarán, en estos tiempos de corrección política y LGBTQ y demás acrónimos, ya que hay homosexuales de cotillón –es decir, exageradamente amanerados, al estilo del Hollywood de los 60– y hay una recepcionista rubia que no habla inglés y sólo está como mujer objeto en el peor de los sentidos posibles. Y no hablemos de la obra en sí, y de la banalización de la figura de Hitler, etcétera. ¿Hace falta que recuerde que Mel Brooks es judío?
Como otras veces, tengo que advertirles sobre la existencia de una remake, en este caso, del año 2005, protagonizada por el Inspector Gadget y la tipa de Kill Bill. ¿Por qué esa insistencia en rehacer horriblemente películas buenas, en vez de dejarlas en paz? Nos vemos en la próxima reseña…
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